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Para impulsar la innovación y proporcionar un
crecimiento sostenible, las empresas han invertido históricamente en grandes
departamentos de I+D (Chesbrough & Crowther, 2006). La investigación y el
desarrollo internos eran considerados una ventaja estratégica para las
compañías e incluso una barrera de entrada para nuevos competidores. Tan sólo
las empresas con recursos significativos y programas de investigación de largo
plazo podían competir exitosamente en el mercado (Chesbrough, 2004). Según Ridder (2011), el enfoque tradicional del
concepto de innovación ha sido interno, basado en procesos de I+D estrechamente
controlados y protegidos por las empresas, mediante el uso de patentes,
derechos de propiedad intelectual y otros mecanismos que eviten
imitaciones (Von Hippel, 2005).
De acuerdo con este modelo, las empresas
exitosas son aquellas que realizan inversiones fuertes en I+D, contratan
la mano de obra mejor calificada y usan mecanismos de protección de la
propiedad intelectual para obtener los retornos adecuados de sus
inversiones (West & Gallaguer, 2006). El modelo de innovación cerrada se puede observar
en la siguiente figura:
Fuente: Chesbrough, The
Era of Open Innovation
Sin embargo, en los últimos años, una
serie de factores tales como: la movilidad laboral, el capital de riesgo
abundante (Chesbrough, 2003), la reducción de los ciclos de vida de los productos (Enkel,
Gassmann & Chesbrough, 2009), el alto costo de desarrollo de tecnologías (Chesbrough, 2007) y el
conocimiento cuantioso y ampliamente disperso a través de múltiples
organizaciones públicas y privadas (Chesbrough, 2003), se han
combinado para deteriorar las bases del enfoque tradicional de la innovación.